Sunday, August 23, 2009

Amouage Fragancia Embriagadora yace aun al lado de mi computadora


ARABIA
MÍTICA

OMÁN
Aromas de leyenda
El nombre de este país, emplazado en un extremo de la península Arábiga, entre el desierto y el mar, recuerda los misterios de Oriente. Es la tierra del incienso y de Simbad ‘el Marino’
__________________________________________
ÁNGEL MARTÍNEZ BERMEJO


Mascat, la capital omaní, que se asoma al Índico, conserva del siglo XVI varios fuertes que, junto con el palacio del sultán, son dignos de visitar. / FOTOS: ÁNGEL MARTÍNEZ BERMEJO
Durante décadas, Omán fue un país prohibido, oculto por un velo de misterio que lo volvía inalcanzable. No eran, como en otro tiempo, las vastas extensiones de arena del desierto Arábigo ni las tribus feroces de beduinos que merodeaban por la zona lo que lo aislaba del exterior. Omán se separó del mundo por deseo del sultán, que cerró a cal y canto las fronteras, contrató con los ingleses un pequeño comercio exterior y convirtió al país en una especie de Tíbet arábico al que no llegaba nada de fuera.

Este aislamiento no hacía más que reforzar el embrujo de una tierra mítica que los geógrafos de la Antigüedad llamaban Arabia Felix, ese lugar misterioso donde crecían los árboles del incienso y la mirra, las sustancias más deseadas para los ritos de la Roma imperial, del Egipto tebaico, del gran Templo de Jerusalén. Aquí, en el sur de la península Arábiga empezaba una ruta comercial fascinante que atravesaba desiertos y montañas para acabar en las orillas del Levante mediterráneo con sus riquísimos cargamentos.

El mejor incienso siempre vino de este reino prohibido, igual que los héroes de Las Mil y Una Noches. Simbad el Marino construyó sus barcos en los puertos de Omán antes de emprender sus travesías que acabaron llevándolo hasta China, y esa tradición todavía queda viva en algunos lugares de la costa. La leyenda de Omán estaba servida.

Hace 30 años todo empezó a cambiar. El hijo del sultán derrocó a su padre y abrió el país al mundo. Al mundo quiere decir que empezó a vender petróleo, a construir carreteras, hospitales y viviendas, porque seguía siendo un país cerrado al turismo. Como todos los emiratos, sultanatos y reinos de la zona, Omán miraba con recelo las influencias que podrían traer los viajeros. No es que hayan superado estas dudas, pero al menos sí se ha abierto la mano en los últimos años y Omán se ha convertido en el estado del golfo Pérsico más fácil de visitar, además de ser, probablemente, el más interesante.

El viajero que aterriza en el aeropuerto de Seeb y recorre los 35 kilómetros que lo separan de Mascat, la capital, no puede dejar de asombrarse ante los cambios que se han debido de producir en este país, que ha pasado de la Edad Media al siglo XXI en tres décadas. Una carretera excelente, iluminada de noche, por la que circulan coches lujosos, bordeada por una cinta de césped, es la primera impresión que se recibe. Todas las casas que se alcanza a ver son nuevas, pero con un cierto aire tradicional en las formas, con los aparatos del aire acondicionado obligatoriamente disimulados. Llega un momento en que no sorprende tanto encontrarse, en un país tórrido y desértico, en el mismo lugar por donde hace apenas 30 años debían de pasar los beduinos montados en camellos, una pista de patinaje sobre hielo.

Mascat se asoma al Índico a la entrada de un excelente puerto natural. Así lo entendieron los portugueses, que en el siglo XVI controlaron esta costa, etapa fundamental en sus rutas marítimas hacia la India. De ese tiempo quedan varios fuertes que, junto con el palacio del sultán, son algunas de las cosas que ver en esta capital. De ver por fuera, ya que no se pueden visitar ninguna. Por eso, es mejor encaminarse hasta Mutrah, una ciudad gemela, a unos escasos cuatro kilómetros.

VIEJO PUERTO ÁRABE.
Mutrah mantiene todavía, al menos en parte, ese ambiente de viejo puerto árabe, con sus casas blancas con balconadas adornadas, con el zoco por el que es posible deambular en busca de especias, incienso y joyas de plata, o descansar saboreando un té mientras se contempla el bullicio de la calle. Al amanecer, cuando vuelven los pescadores, se forma un mercado de pescado donde permanecen las viejas costumbres. Se desayuna con sorbos de café hirviendo y un puñado de dátiles mientras se discute el precio de un pez martillo o una raya gigante. En todo el golfo Pérsico no hay otro lugar como Mutrah.

En Mascat es fácil sentir la llamada de la aventura y, con un todoterreno, partir hacia el puerto de Sur por la ruta de la costa. Así se recorre un litoral intacto y luminoso en el que el mar besa el desierto, se conocen aldeas de pescadores y oasis a orillas de los riachuelos que se escurren desde las montañas y lucen ribetes verdes sus orillas, que contrastan con el fondo rocoso y seco del paisaje.

Sur es el lugar al que dirigirse para viajar en el tiempo. Por supuesto que hay una ciudad moderna, con edificios que apenas se diferencian de los de cualquier otra ciudad. Pero basta con llegar al puerto para contemplar una visión que ya se puede ver en muy pocos lugares del Índico: un muelle repleto de butres, los barcos tradicionales que en muchos aspectos siguen siendo iguales a los que manejó Simbad.

Hay que saltar a una barquita para cruzar la bahía poblada de barcos para llegar a Alayjah, la aldea que se esconde en la otra orilla y donde desde hace siglos se vienen construyendo los mejores butres. Todavía quedan artesanos de sabiduría milenaria, carpinteros de ribera que construyen barcos formados por miles de piezas de madera sin necesidad de clavos ni planos. La única adaptación al mundo actual es que los trabajos más duros los realizan inmigrantes paquistaníes o indios bajo la atenta mirada de un maestro omaní.

El recorrido por el norte de Omán debe continuar bordeando ese mar de arena que es Wahiba Sands, donde los beduinos mantienen todavía sus modos ancestrales de vida y es posible internarse en pequeñas expediciones organizadas por guías desde Mascat. Más fácil es acercarse al fuerte de Jabrin, incluido por la UNESCO en la lista del patrimonio de la Humanidad, igual que el cercano fuerte de Bahla, que domina un oasis famoso por sus alfareros.

Pero el punto más interesante de la zona es Nizwa, una ciudad tradicional que vive alrededor del conjunto formado por el fuerte, la mezquita y el zoco. Como ocurre en todo Omán, la mezquita no puede ser visitada por los no musulmanes, pero el fuerte es uno de los lugares más importantes para comprender la historia del país. La mayor parte de los omaníes pertenecen a la secta ibadí, que desde los primeros años del islam rechazaron la idea de un liderazgo espiritual hereditario. El ibadismo sólo sobrevivió en las zonas más aisladas del mundo musulmán, y Nizwa fue durante siglos el centro de los imames ibadíes de Omán, y el fuerte servía a la vez como palacio, sede del Gobierno e incluso prisión.

CONTRASTES.
El zoco de Nizwa es un reflejo de los contrastes que se viven en el Omán de hoy, donde todos los hombres siguen llevando a la cintura un inmenso y reluciente janyar, el tradicional puñal curvo, pero las puertas del recinto del mercado se abren con una célula fotoeléctrica. El mejor día para visitarlo es el viernes, cuando se celebra también el mercado de ganado. Al contrario de lo que ocurre en la mayoría de los mercados de todo el mundo, en Nizwa los clientes están sentados y son los vendedores los que visitan a los posibles compradores enseñándoles sus cabras y sus terneros, que pasean llevadas de una cuerda o incluso en brazos. Una especie de notario apunta en un libro todas las transacciones que se realizan en el zoco.

Aparte de la capital y un recorrido que abarque al menos Sur y Nizwa, la siguiente zona de interés para el visitante es Salalah, la segunda ciudad más importante de Omán y la capital de la provincia de Dhofar. Salalah es un destino muy popular durante el verano por su particularidad climática. Cuando, en estos meses, toda la península Arábiga soporta los rigores del calor más sofocante, en Salalah el termómetro marca 20 grados menos. El cielo está cubierto de densos nubarrones que descargan la lluvia cálida del monzón. Las montañas de los alrededores están cubiertas de verde, las cascadas se precipitan por los barrancos y se avisa a los turistas que es peligroso bañarse en la playa porque el mar está revuelto. El paisaje que menos se puede esperar de la península Arábiga. Para seguir las huellas de la historia de la zona hay que llegarse a Taqa con su fuerte de adobe junto al mar y desviarse luego hacia las ruinas de Khor Rouri, el antiguo puerto donde antaño se embarcaban los cargamentos de incienso en la primera etapa de un largo viaje que acababa en Roma. Aunque las ruinas más importantes de la zona son las de la legendaria ciudad de Ubar, perdida desde hace siglos y conocida como la Atlántida de las arenas. Fueron descubiertas en 1992 y han hecho revivir la vieja y fabulosa historia de la ruta del incienso.

En las planicies que se encuentran entre la costa y las primeras montañas de esta región de Dhofar crecen unos árboles achaparrados de ramas retorcidas que tienen el nombre científico de Boswellia Sacra. A primera vista, apenas se distinguen de otros que sobreviven al borde de uno de los desiertos más secos del globo, pero desde hace miles de años los beduinos que vagan por la zona realizan en ellos una recolección única en el mundo. Uno a uno, con una sabiduría técnica de generaciones que tiene mucho de ritual, practican unos cortes en la corteza oscura que hace salir una goma blanca que se endurece al contacto con el aire. La primera que sale no es buena y no se recoge, la segunda es de mediana calidad, y sólo la tercera es el preciado incienso. Hace siglos, Plinio describía el proceso de forma semejante, aunque nunca llegó a verlo con sus ojos. El método no ha cambiado desde los tiempos de la más remota Antigüedad, cuando el incienso era uno de las sustancias más caras y deseadas. De los tres regalos que los Reyes Magos ofrecieron al Niño Jesús cuando nació en Belén, el oro era, con diferencia, el menos valioso de todos.

El mejor incienso siempre ha venido de Omán, y concretamente de Dhofar, el único lugar de la península Arábiga que recibe las lluvias del monzón y donde se produce un microclima único. Y aquí se iniciaba una de las rutas caravaneras más apasionantes de la Historia, la que transportaba el incienso hasta las lejanas Jerusalén, Roma y Tebas, las grandes metrópolis en cuyos templos era uno de los elementos fundamentales para sus ritos.

En el puerto de Sumhuram, en lo que ahora es Khor Rouri, se embarcaba el incienso para una primera etapa por mar hasta el puerto de Qana, desde donde las caravanas de camellos transportaban la mercancía a través de las montañas del Yemen, el desierto de Arabia y los campos de lava de Hijaz hasta Petra, Gaza y Alejandría. El descubrimiento de las ruinas de Ubar sugiere la posibilidad de otra ruta alternativa, que en parte podría ser la que llevó a los Tres Sabios de Oriente a Belén.

Para los egipcios, el incienso era un ingrediente fundamental en las momificaciones y, según el historiador Plinio el Viejo, Nerón hizo quemar toda la producción de un año en los funerales de su esposa Popea. Siempre se usó como medicina, como ingrediente de cosméticos y, en muchos países árabes, es un signo de hospitalidad perfumar con incienso las ropas, las manos y las barbas de los huéspedes cuando parten.

No comments: